Si el amor es un canto de sirena by Esther Sanz

Si el amor es un canto de sirena by Esther Sanz

autor:Esther Sanz [Sanz, Esther]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Juvenil
editor: ePubLibre
publicado: 2014-12-31T16:00:00+00:00


Fui consciente de que estaba llorando cuando doblé la nota y vi cómo la tinta se había corrido en algunas líneas. No podía creer que después de aquello Patrick se hubiera suicidado.

Y sin embargo, aquella carta era la confirmación definitiva de que ya había emprendido ese «extraño viaje» para no regresar nunca jamás.

—No lo entiendo. Y no creo que pueda llegar a entenderlo nunca —dije con el corazón roto.

Por más que Patrick, o Madame Perrier, me advirtieran de que con el tiempo todo pasaría, yo no confiaba en que aquello ocurriera. Jamás podría entender por qué Patrick se había ido de este mundo. Tampoco comprendía a qué se refería con las máscaras que pronto caerían. ¿Me estaba diciendo que algún día conocería los motivos que le habían arrastrado a saltar al Támesis? ¿Por qué no me los decía entonces en aquella carta?

—Yo tampoco lo entiendo —repuso Ingrid secándose unas lágrimas que le caían por las mejillas—. Pero puedo adivinar quién está detrás de todo esto.

—¿Quién?

—El viejo Groen.

—Su padre murió hace años y Patrick lo tenía muy superado.

—Nadie puede superar a ese desgraciado. Créeme.

La miré a los ojos y supe a qué se refería. Ella misma había sufrido la maldad de ese hombre en su propia piel, pero aquello había quedado atrás, e Ingrid era una persona nueva, ¡incluso estaba a punto de casarse!

—Patrick era su hijo… —añadió—. Y hay heridas que van por dentro y nunca cicatrizan.

Sentí pena por su triste infancia y me pregunté si aquel trauma podría haberle arrastrado en cierta manera a su trágico final.

—¿Te dijo algo en el sueño? —me preguntó la pelirroja, descartando del todo la posibilidad de que hubiera visto su fantasma.

—No logro acordarme de eso. Solo recuerdo que me besó y que parecía un ángel.

—Hazme un favor, Louise, no dejes que te arrastre a ti también.

No supe qué contestar a eso. Los días anteriores había empezado a sentirme un poco mejor, incluso había disfrutado arreglándome para la cena de Navidad o bromeando con Peter. Pero ahora, con aquel nuevo golpe, sentía que retrocedía varias posiciones y que me acercaba peligrosamente a la casilla de salida.

—Dime que te quedarás hasta mi boda, por favor —me rogó Ingrid, tratando de animarme.

Asentí y la pelirroja me propinó un sonoro beso en la mejilla.

Aunque aún faltaba mucho, no tenía pensado ir a ningún sitio. O, mejor dicho, no tenía ningún sitio adónde ir. Y estar con ella, Elisabeth, Madame Perrier e incluso Anne Smithe, con quien estaba trabando una bonita amistad, me hacía sentir menos sola en el mundo.

—Me olvidaba de decirte que Richard ha venido con el notario y que os espera en la biblioteca —miró su reloj— en media hora.

Salté de la cama para vestirme a toda prisa, cuando reparé en mis pies. Tenía las plantas sucias, como si hubiera caminado descalza por los pasillos de Silence Hill.



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